En los últimos años están comenzando a sonar normales y cotidianos términos como decrecimiento, colapso, e incluso ecosocialismo. Al menos en los círculos que nos movemos pensadores alternativos e implicados con el medio ambiente y la justicia social. Pero poco se habla del colapso de la salud.
Como profesional de la Salud, es un tema que me preocupa, y de alguna manera este artículo es el preludio de un ensayo más extenso, que esperemos vea la luz el año que viene en la Colección LAS Salud.
Y es que el colapso, además de suponer una ruptura y un desequilibrio insalvable, el caos social y absoluto de la sociedad tal y como se concebía, también va suponer implícitamente un colapso de la salud (en diversas áreas) pero reforzado especialmente por la pérdida de naturaleza y biodiversidad a la que nos veremos expuestos en un futuro, tan cercano como mañana mismo.
En el mismo documento «España 2050. Fundamentos y propuestas para una estragegia nacional de largo plazo«, propuesto por el Gobierno de España, podemos leer:
«El cambio climático y el uso intensivo de recursos también han impactado en nuestra salud.
«España 2050. Fundamentos y propuestas para una estragegia nacional de largo plazo» Madrid, Ministerio de la presidencia, 2021, p 177.
La ciencia ha demostrado que una de cada cuatro muertes en el mundo está relacionada con el medio ambiente. En España, el calor produjo un exceso de mortalidad de 13.000 personas en la primera década del siglo XXI, al tiempo que incrementó la difusión de virus transmitidos por vectores como los mosquitos o las garrapatas,100 y de enfermedades gastrointestinales causadas por problemas en la calidad del agua y los alimentos» .
El aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, el modelo de consumo, transporte, agricultura y comercio auspiciado por el capitalismo en el que estamos inmersos, ha provocado un cambio climático, que es muy posible que ya se nos haya ido de las manos; y del que cada día, podemos asistir a una nueva consecuencia indeseable: una catástrofe natural, una nueva ola de calor, una nueva sequía, más desplazados medioambientales, más incendios, huracanes. Miseria en definitiva. El frontispicio de un colapso ya evidente y que hemos cocinado nosotros, tanto como especie, y como sociedad.
En el marco de este contexto de peak oil en el que nos encontramos, hay, a grandes rasgos dos noticias (una buena y otra mala), la buena es que no vamos a poder quemar todo el petróleo como el que contemplan los escenarios más catastrofistas, y que apuntan a un aumento de temperatura brutal (más de 5 grados centígrados), pues el petróleo se agota. La mala, es que aun así, estamos jodidos. El sistema no se quiere adaptar a la realidad, e ignora esa repetitiva cantinela ecologista de que el planeta es un sistema cerrado con recursos y materia finito, y no podemos crecer indefinidamente. Ignora igualmente el resto de evidencias que dicen que solamente un aumento de las temperaturas de 1,5ºC ya supondría una calamidad, la pérdida de muchísimas especies, más desequilibrio social, con muertes y destrucción implícitas –sin ánimo de adoptar un lenguaje catastrofista– pero así es. La muerte corresponde a la máxima expresión de la pérdida de salud tal y como lo concebimos en la actualidad, a nivel individual. Y las consecuencias de nuestra conducta irresponsable y consumista, del cambio climático, del ecocidio al que asistimos cada día: generará miseria, muerte y el colapso de una sociedad que no supo prever lo previsible.
Decía Nathaniel Rich en su libro perdiendo la tierra (2020) que
la explicación más común en la actualidad es que la culpa la tienen el afán depredador de la industria de los carburantes fósiles, que en décadas recientes ha desempeñado el papel de villano con la bravuconería propia de los cómics. Entre el año 2000 y 2016, la industria invirtió más de 2000 millones de dólares, o, lo que es lo mismo, diez veces el presupuesto de los grupos medioambientalistas, para hacer fracasar la legislación sobre el cambio climático.
Pero que el cambio climático sea el principal responsable de la crisis social, económica, medioambiental y por lo tanto de salud que se nos avecina, no significa que sea en última instancia el responsable. Sino que pensamos –y así lo desarrollaremos en el ensayo- en línea con Tanuro y otros tantos autores anticapitalistas, que el principal responsable es una sociedad que no supo poner fin a un sistema capitalista, y que colapsará de acuerdo a las leyes del mercado. Un sistema, que en las antípodas del bienestar, nos quitó la salud mientras talaba las últimas maderas nobles accesibles para hacer muebles, un sistema que privatizó el último manantial del pueblo para que la embotellara una conocida empresas de refrescos, un sistema que no deja pasar a personas, pero no tiene problema en quemar el petróleo más negro y contaminante en grandes buques mercantes para satisfacer las necesidades de Europa y Estados Unidos.
Unas necesidades, que o decrecen y se adaptan (tanto en términos de materia, servicios y energía), o nos indicarán irremediablemente la dirección a un colapso interesante. Todavía estamos a tiempo de asistir a un final u otro del cuento. Al final en el que nos poníamos de acuerdo hacia una transición ecosocial, justa y sostenible. O al final en el que el colapso barría el significado de la salud y quemaba las especies de flores más bellas.
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