La palabra crisis se ha normalizado en nuestro vocabulario desde 2008, pero la palabra “colapso” parece que suena demasiado fuerte como para integrarla en nuestro imaginario.
¿Es posible que el estado del bienestar haya dado paso a un colapso global de la salud humana?
Podemos entender el colapso como una crisis chunga y prolongada. Abrupta. Que conlleva cambios significativos en la gestión sociopolítica de una comunidad; y que acaba imponiendo cambios inevitables. Y al igual que la enfermedad puede terminar con la recuperación del individuo o su muerte; un colapso, puede terminar por una adaptación resiliente y realista (supervivencia) o el fin de la sociedad tal y como era conocida (recordemos el colapso del imperio romano, o la sociedad de consumo previa al crack del 29 o “la gran depresión”). El final definitivo suele ser el que tenemos todos en mente al evocar el “colapso”.
Podríamos haber aprendido de nuestra historia, y como han aconsejado varios autores y expertos, como Karl Polanyi, abandonar un sistema económico basado en el libre mercado y la acumulación de capital, en pro de otros sistemas, otros valores sociales y otras relaciones más humanas y saludables.
¿Puede que este modelo económico haya arrastrado al estado de bienestar y la salud humana a una crisis global? ¿Podemos hablar de colapso de la salud?
Siempre decimos que la salud es un concepto multifactorial, en el que influyen muchos factores (el entorno, los hábitos, el ambiente y el aire que respiramos, las relaciones sociales, asegurar agua potable y alimentos seguros para desarrollarnos…); y la realidad, es que en la actualidad, la salud humana no solamente está comprometida a nivel global por las incipientes inequidades provocadas por el sistema económico actual; sino que se ve agravada y comprometida por otros muchos, que a su vez están relacionados: el cambio climático y el calentamiento global; la pérdida de tejido social y redes de apoyo propiciadas por la colonización del imaginario individualista y capitalista; la acumulación de residuos tóxicos y basura debido a lo mismo; la pérdida de biodiversidad y cercamiento de la naturaleza… Por no hablar del incipiente aumento de ecofascismos y políticas de extrema derecha.
Ante este escenario, depende a quién le preguntemos, podemos obtener diferentes respuestas. Seguramente en el barrio de Salamanca, en Madrid, todo vaya bien. En cambio en la franja de Gaza, en Ucrania, o en África; seguramente tengan otra opinión diametralmente opuesta.
La crisis humanitaria global de salud es evidente: hemos fracasado como sociedad global, y dejamos morir de inanición y de hambre, por falta de agua potable y tratamiento sanitario a miles de personas al día, solo porque no todas las vidas humanas valen lo mismo para el mercado. Esta es la cruda y triste realidad.
En este contexto global, evidentemente podemos decir que estamos ante un colapso universal de la salud. Porque además, como hemos podido comprobar con la pandemia, nadie está a salvo si no estamos todos a salvo. En este colapso hay factores tan intrincados, tan social y económicamente enraizados en los hábitos humanos de los países occidentales, que introducir siquiera un pensamiento alternativo y disidente, es considerado tan revolucionario, que merece el ataque frontal desde todos los medios de comunicación, empresarios y lobbies que tienen intereses en seguir perpetuando el sistema actual. En seguir forrándose con el actual colapso de la salud en el que nos encontramos, porque sus balanzas (económicas) salen bastante bien paradas, y no hace falta apuntar que es el único parámetro al que rinden cuentas.
El sufrimiento, la salud y el bienestar quedan en un segundo plano.
Este artículo es incómodo, porque nos trae reflexiones y hechos incómodos. Pero si queremos cambiar el presente, tenemos que actuar en consecuencia: todo es cuestión de valores. Y no podemos seguir perpetuando una megamáquina que arrasa con todo en defensa de un crecimiento económico, que está devorando hasta la última característica que nos hace humanos.
Nuestra salud, nuestra tierra, nuestro hábitat, y nuestros abrazos.
O cambiamos las lentes con las que miramos el mundo y actuamos en consecuencia para tejer redes de apoyo mutuo, o el final del colapso es más que previsible, y no acabará bien.