Ayer ardían las redes sociales increpando al ministro Alberto Garzón Espinosa por sus sensatas declaraciones sobre el riesgo para la salud y el medio ambiente que suponen el elevado consumo de carne.
Unas declaraciones basadas en la ciencia y con amplio respaldo científico, como han sabido resumir estupendamente los autores de Más vegetales, menos animales; o Aitor Sánchez en su último libro. Las evidencias son abrumadoras: la industria ganadera, y por lo tanto el consumo de carne, están detrás de al menos el 14,5% de los gases de efecto invernadero.
Además, como recordaba @midietacojea el pasado 7 de julio, el 77% del suelo agrícola se destina para la producción ganadera, y también sabemos que la agricultura consume el 70% del agua dulce de la que disponemos en el mundo.
Las evidencias, artículos y publicaciones están disponibles, y se pueden consultar. Podemos elaborar una opinión crítica bastante sólida si lo deseamos, pero en cambio, últimamente han primado argumentos de barra de bar –incluso entre políticos– a la hora de hablar de un asunto tan serio como el cambio climático, la pérdida de bosques y ecosistemas silvestres provocados por nuestro modelo agroalimentario, y el sufrimiento y el estabulamiento animal (que en algunas ocasiones, ni siquiera se le otorga la mínima mención).
En este artículo no venimos a mostrar más pruebas entre el aumento de consumo de carne y la producción de gases de efecto invernadero, sino a hablar de género y vegetarianismo: ¿son las mujeres más sensibles al sufrimiento animal? ¿Son las mujeres más propensas a adoptar un estilo de vida vegetariano?
Por mi experiencia personal, yo respondería que sí. Sin ánimo de apuntalar estereotipos ni de perpetuar valores tradicionalmente asociados a la mujer o al hombre, creo que las mujeres tienen un mayor grado de concienciación con la causa animalista, así como con otro tipo de causas sociales como las que puedan emanar del movimiento feminista.
De hecho, y especialmente durante los últimos dos años, he observado como en el caso de veganos o vegetarianos varones, suelen profesar similar simpatía y cortesía por la ideología igualitaria, feminista y animalista.
En cambio, y de esto hay también algunos textos escritos y publicados, se ha descrito el consumo de carne como un símbolo de hombría y masculinidad, asociado a la fuerza, a la masa muscular y la testosterona, así como a otros valores tradicionalmente atribuidos al hombre (el corrector no me deja usar la palabra patriarcal, porque dice que tiene connotaciones negativas).
Entonces, cierto consumo de alimentos de origen animal en varones ¿se deberá a que sigue rondando cierto aire de masculinidad y se siguen atribuyendo dichos valores tradicionalmente varoniles al consumo de carne? Hace no más de 60 años, el consumo de carne era bastante menor; no se lo podía permitir todo el mundo, y era en cierta medida un indicador de estatus social. ¿Sigue siendo en la actualidad el consumo de carne un indicador de estatus social pese a que mantener dicho consumo nos puede abocar a un colapso medioambiental que ya estamos sufriendo cada semana en los informativos?
Hace tres días ardía el mar del golfo de México por una impactante fuga de gas natural, hoy aparecen unos mil millones de animales marinos –moluscos principalmente– cocidos en el mar debido a la ola de calor en Canadá, por citar algunos ejemplos recientes. Y sigue habiendo políticos que se permiten el lujo de mandar el mensaje de libertad para consumir lo que realmente nos salga de las narices a cada uno, libertad liberal, entendida como la libertad de “quien se lo pueda pagar”. Sin caer en la cuenta de que la factura del impacto ambiental no está implícita en el chuletón al punto, y que la pagaremos entre todos. Especialmente las próximas generaciones.
Una encuesta elaborada con motivo del día mundial del veganismo 2019 en nuestro país apuntaba que el 85% de las encuestadas eran mujeres, frente al 14% varones. Además, coincidiendo con mis sospechas, el 70% se declaraban de izquierdas. ¿Puede esto guardar cierta relación con los valores tradicionales asociados a la masculinidad y el consumo de carne que comentábamos antes?
El grado de concienciación (con la comida, la salud, el medio ambiente, el sufrimiento animal…) es otro factor que influye de manera determinante a la hora de adoptar un estilo de vida vegetariano.
El piloto automático, y la docilidad que se ha instaurado en la sociedad, que nos dirige como borregos hacia los designios que apunta la publicidad, en este caso de la industria cárnica, de las multinacionales alimentarias del sector, y de los valores que quieran destacar para convencernos: nos ha instaurado en las antípodas del pensamiento crítico y racional impidiéndonos pensar con claridad.
Como dijera Pedro García Olivo (en otro contexto, pero que aquí me vale): “se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de cosas. Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio, una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer.”
Muchos de nosotros hemos consumido carne impulsados por nuestros hábitos familiares y sociales, sin preguntarnos por qué. Sin preguntarnos si realmente era un hábito saludable para nuestra salud o para la salud del planeta. Sin preguntarnos sobre la vida que han llevado esos animales que ahora son filetes envueltos en plástico que lucen un color rojo brillante en el supermercado.
Quizá hemos necesitado una crisis civilizatoria, ecológica y social como la que estamos atravesando, para darnos cuenta de que o cambiamos el modelo de producción y consumo, o estamos abocados a más decrepitud, injusticia y sufrimiento.
Para las que hemos alcanzado un grado mayor de concienciación y compromiso con nuestros valores y hemos dado un paso, ya no se trata solamente de apetencias, o caprichos alimentarios. Se trata del planeta y de la herencia que como decía Alberto Garzón, queremos dejarle a nuestras hijas.
Referencias:
Aguilar Salmerón, L., Hábitos saludables. Los hábitos que más influyen en tu salud. Albacete, Colección LAS Salud, 2020.
García Olivo, P., El enigma de la docilidad. Barcelona, Virus editorial, 2005
Faria, C., `Chuletaman´: El consumo de carne y la masculinidad patriarcal. Pikaramagacine.com 26/06/2019
www.diamundialdelveganismo.org/veganos-espana/
¡Enhorabuena Luis!, aunque la diferencia de género es más evidente ahora, cuando yo me hice vegetariano hace 40 años no creo que hubiera más mujeres que hombres, entonces el concepto de veganismo no se conocía, pero ha medida que el veganismo se ha ido popularizando también ha aumentado el número de mujeres que lo practican respecto a los hombres, ¿por qué?, da para otro post.
Gracias José María. Efectivamente sería un artículo interesante, y seguro que influyen muchos factores, pero creo que el rechazo a los valores tradicionalmente patriarcales y machistas, evidentemente es mayor en las mujeres, y por supuesto en las de ideología feminista, y este podría ser uno de esos factores.
Sería un artículo interesante sobre el que investigar, sí.
¡Un abrazo!
Genial, muy buena información.