Ya hablamos de ecología consciente cuando propusimos hace ya un año cambios de conducta más respetuosos con el medio ambiente y nosotros mismos.
Cambios como consumir productos de temporada o el consumo de productos de la zona, que disminuyen la contaminación por el uso de combustibles fósiles durante largos transportes y minimizan los envases plásticos que proceden del petróleo y los envases en general, que generan más basura. Hablábamos también del retorno a lo natural, a lo rural y las viejas costumbres.
En parte promovidas por esta acuciante crisis (económica y de valores) que sufrimos, pero también provocada en parte por una necesidad de reencontrarnos con nosotros mismos, nuestros orígenes; los árboles que nos proporcionan el aire que respiramos, los ríos que nos regalan el agua que bebemos y riegan la tierra que nos proporcionan los vegetales que nos mantienen fuertes y sanos. Algunas cuestiones similares abordamos cuando hablábamos de filosofía nutricional.
En este artículo quiero profundizar un poco más en la responsabilidad de nuestras acciones como consumidores.
En el cambio climático y el medio ambiente, pero también en la relación con el resto de comerciantes locales y vecinos de nuestro entorno. Pero sobre todo darnos cuenta de lo que implica tener las estanterías llenas de los supermercados, con productos de todas partes del mundo y durante todo el año.
Como dice mi compañero y amigo Abel Canel en su TFG, dentro de 34 años, se espera que la sociedad humana habrá alcanzado la cifra de 9.100 millones de personas, y para alimentar a esta población la producción de alimentos deberá sufrir un incremento del 70 %, según datos de la FAO.
Paralelamente a esta previsión tenemos que tener en cuenta que los recursos de los que disponemos se agotan, y para convivir en este escenario se requerirá una gran voluntad política y una buena gestión que nos conduzca hacia un marco más igualitario y equitativo. Cosa que no ocurre en la actualidad con los alimentos.
Actualmente entre un tercio y un cuarto de los alimentos producidos en el mundo se desperdician en los diferentes eslabones de la cadena de producción, distribución o consumo, 1300 toneladas de alimento, de las cuales un 46% procede de países desarrollados (Canel, 2016).
¿De dónde proviene el despilfarro en las sociedades desarrolladas?
La publicidad, el entramaje social y publicitario del sistema capitalista que nos rodea, queramos o no, nos empuja a comprar y consumir. La publicidad constante llega hasta los rincones más rurales y sobre todo al subconsciente. Es ahí donde nos vuelve a empujar a comprar productos en muchos casos innecesarios, y en otros que sustituyen al anterior último modelo.
Nos han convertido en homo economicus, un concepto erróneo de utilidad sobre el que se sustenta la teoría de consumo neoclásica. Los economistas neoclásicos justificaron que este consumismo y la capacidad para disponer de más bienes y servicios contribuía al estado de bienestar. Pero, ¿a qué precio?
Pues ahí entran en juego los mercados; la empresa buscará abaratar costes por todos los medios, desde salarios, materias primas, transporte y todo para aumentar el margen de beneficios.
El objetivo es satisfacer a una sociedad consumista constantemente, aunque esto conlleve una precariedad laboral, social, económica y medioambiental que no nos contarán en las noticias del estado de bienestar en el que vivimos.
Controlan los medios de comunicación, las empresas, las leyes que nos impulsan a consumir y nos mantienen en un sistema educativo mediocre, acrítico, obediente y controlado por la publicidad.
El que se sale del carril, lo vuelven a encauzar diciéndole que tiene todo lo que desea. Y si no, puede conseguirlo con trabajo y esfuerzo, pero que esta es la solución a todos los problemas.
Y mientras hay un sector de la población que vive en opulencia, otro, el más desfavorecido no solo no puede llegar a fin de mes, o al día 5, sino que la única alternativa que tienen es pedir limosna en el mismo supermercado que compramos todos los días. Pero esta es la parte del iceberg, el resto está en los países del sur a los que explota el sistema.
Pero, ¿cómo influyen las políticas internacionales que abastecen a las sociedades capitalistas?
Los países en vías de desarrollo explotados por la deuda externa, se ven obligados a exportar alimentos y materias primas; materias primas que sirven para aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares en Occicente y Estados Unidos, materias primas que abastecen las estanterías de la sociedad del bienestar, mientras aumenta el impacto ambiental, la desigualdad social y la injusticia.
Pero el FMI y el Banco Mundial, no se conforman con eso, ni las grandes multinacionales tampoco. Son capaces de destruir el motor económico de un país, desplazando su agricultura mediante estrategias tan injustas como el dumping, que consiste en inundar un mercado nacional con productos que provienen de otro país, y que tienen menor precio porque está subvencionado algún coste de producción o el producto o la materia prima.
Esto obliga a los países del sur a cambiar su modelo de producción hacia modelos extensivos en los que tampoco pueden competir pues no tienen los medios adecuados.
Y deja al país en una situación terrible de dependencia, en la que tienen que importar materias primas que ya no pueden producir en cuestión de pocos años.
Un ejemplo de esto lo podemos ver en Haití, país que producía en los 80 el arroz necesario para abastecer a su población.
Tras la crisis producida por el dictador Duvalier, tuvieron que pedir ayuda al FMI, que le obligó a liberalizar su comercio y eliminar ciertos aranceles, que permitieron la entrada del arroz estadounidense subvencionado y más barato.
En 2008 con la subida del precio del arroz y los frijoles un 50%, estos alimentos básicos quedaron al alcance de unos pocos, y convirtió a Haití en el tercer país importador de arroz estadounidense (Vivas, 2008, en Canel, 2016).
Lamentablemente esto no son manzanas aisladas, y es la estrategia que utiliza el FMI, el Banco Mundial y las élites económicas para seguir creando pobreza y desigualdad.
Es difícil desde nuestro pequeño papel en la sociedad cambiar esto, pero poco a poco, y cambiando nuestra demanda de productos y nuestra forma de consumir, podemos conseguir muchas cosas.
Además de concienciar a nuestros amigos y familiares cercanos.
Bibliografía:
Despilfarro, consumo y ética. El excedente de comida como mecanismo de la agroindustria. Abel Canel Canel. Universidad de Valencia, 2016.
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