El concepto de alimento funcional apareció en Japón en la década de los 80 con para mejorar la salud de la población.
Crecientemente ha aumentado el interés por este tipo de productos, principalmente por dos motivos:
- Los hábitos saludables de la población han empeorado, hay más enfermedades crónicas.
- La creciente preocupación por mantener un estado de salud óptimo. Hecho que no ha pasado desapercibido por la industria alimentaria, el marketing y la publicidad.
La definición más ampliamente utilizada es la del International Life Science Institute (1), que indica que un alimento puede ser considerado funcional si logra demostrar científicamente que posee efectos beneficiosos para la salud sobre una o más funciones del organismo, más allá de sus propiedades nutricionales habituales, de modo que pueda contribuir a mejorar el estado general de salud, o a reducir el riesgo de padecer alguna enfermedad.
Así un alimento funcional puede ser el que anuncian por la tele que ayuda a reducir el colesterol, pero también lo es una pera, una manzana, o las berenjenas y las judías por los numerosos nutrientes que contienen y que sabemos que ayudan a mejorar el estado de salud y/o reducir el riesgo de padecer enfermedades: cáncer, diabetes, dislipemias, hipertensión…
No obstante, la definición de alimento funcional todavía no goza de consenso científico (2). Los efectos beneficiosos de muchos de estos alimentos todavía no se han comprobado y en bastantes casos son especulaciones.
Además como señalan Trescastro y Bernabeu (2), hay que tener presentes los principios de seguridad y precaución. Todavía no conocemos la ingesta diaria admisible para todos estos nuevos productos. Además, también pueden causar interferencias con otros alimentos y fármacos, por lo que se podría potenciar su posible efecto adverso.
Hay que estudiar el riesgo y el beneficio que aportan estos alimentos.
¿Son algo nuevo y único? ¿o simplemente son “mejoras” de alimentos que ya existen y sí que sabemos que funcionan y son saludables?
En palabras de Carmen Vidal, en (2): “los alimentos funcionales no son una panacea y no deberían ser un recurso fácil para compensar dietas inadecuadas o insuficientes, aunque pueda ser más cómodo consumir un alimento funcional que dedicar la debida atención al conjunto de la dieta.”
Este es otro de los riesgos de los alimentos funcionales: pensar que podemos permitirnos más licencias a la hora de comer, por el hecho de tomar el yogurt que anuncian por la tele.
En definitiva, cuidarse día a día, y no recurrir a soluciones fáciles, productos que nos prometen resultados mágicos o rápidos, con poco esfuerzo. Porque nuestra salud requiere un proceso constante de dedicación.
Bibliografía:
- LSI Europe (1999): «Scientific Concepts of Functional Foods in Europe: Consensus Document»; British Journal Nutrition 81(1); pp. S1-S27.
- Trescastro López E.M., Bernabeu Mestre J. Alimentos funcionales: ¿necesidad o lujo? Rev Esp Nutr Humana Dietética. 2015;19(1):1–3.