Inteligencia emocional

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La inteligencia emocional está de moda. Y es que los criterios clásicos sobre los que se ha asentado la evaluación de la inteligencia, que prácticamente lo podemos resumir en el coeficiente intelectual, se han restringido a la memoria y la capacidad para retener conceptos o resolver problemas teóricos, pero han dejado de lado otros aspectos que podemos usar para definir la inteligencia emocional: como la empatía, el autocontrol, el entusiasmo, o la capacidad para motivarnos y motivar a los demás.

Otros autores definen la inteligencia emocional como la capacidad para entender las emociones propias y de otras personas, en particular de identificar emociones y diferenciarlas de reacciones somáticas, de entenderlas y etiquetarlas, de usarlas para orientar el pensamiento y conducta, finalmente de expresarlas adecuadamente y de regularlas. La empatía implica entender las emociones de otros, mientras que la alexitimia se caracteriza por dificultades para identificar emociones y diferenciarlas de reacciones somáticas.

La Inteligencia Emocional se ha asociado en dos meta-análisis a mejor ajuste al estrés, a la salud y al bienestar.

Y es que gozar de inteligencia emocional nos puede ayudar a resolver de manera satisfactoria problemas de la vida diaria, que sin la suficiente capacidad emocional, nos podría derivar en conflictos, o problemas de salud, especialmente relacionados con la salud mental. Por lo que trabajar y entrenar para aumentar este tipo de inteligencia, es primordial para una educación en salud completa.

Adquirir las capacidades para afrontar problemas, y resolverlos de la manera menos conflictiva y problemática posible, pese a la gravedad de los mismos, requiere imaginación, empatía, abstracción, y otras habilidades sociales, que no siempre se trabajan o se desarrollan de manera específica en la educación tradicional. Pero que en los juegos o en tareas motrices se pueden potenciar más fácilmente que sentados desde el pupitre. El movimiento es una puesta práctica, un ejercicio que requiere toma de decisiones, y estas varían en función de los desplazamientos, el entorno, los problemas que aparecen. Hasta tal punto que compañeros de profesión como Jorge Serna no han dudado de la estrecha relación entre la inteligencia motriz y la inteligencia emocional en tareas motrices, o deportes en este caso, como el baloncesto.

Y es que se debería trabajar más la inteligencia emocional, pues creemos que no tiene sentido seguir valorando conocimientos que están a un clic, y suponen un gran esfuerzo intelectual y memorístico para los estudiantes, pero que tras años (incluso décadas de estudio) bajo este sistema tecnocrático, no han adquirido destrezas para manejar un pequeño conflicto entre compañeros, escoger los días de vacaciones, o acordar la mejor manera de resolver la tarea, y a ser posible en el menor tiempo posible. Eso sí, se pueden aprender un libro de 350 páginas en una semana.

No tiene sentido, cuando además la vida, especialmente al terminar los estudios, nos pide más inteligencia emocional, y menos coeficiente intelectual.

Toda emoción constituye un impulso que nos moviliza a la acción. La propia raíz etimológica de la palabra nos lo recuerda, pues en latín movere significa moverse y el prefijo e denota un objetivo. La emoción, entonces, significa “movimiento hacia”.

Saber controlar las emociones, propias y ajenas, es un grado de inteligencia emocional.

Según Daniel Goleman, que es posiblemente el autor que más haya difundido el término, desde la publicación de su libro homónimo en 1995, hay dos tipos de inteligencia emocional:

Inteligencia intrapersonal:

Capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos y a usarlos como guías en la conducta.

Inteligencia interpersonal:

Capacidad de comprender a los demás; qué los motiva, cómo operan, cómo relacionarse adecuadamente. Capacidad de reconocer y reaccionar ante el humor, el temperamento y las emociones de los otros. Asociada a la empatía y la capacidad de entender cómo sienten y piensan los otros.

En definitiva, una buena inteligencia emocional, repercutirá positivamente en nuestro estado de salud, tanto en la predisposición a adoptar hábitos saludables, como a afrontar conflictos y eventos adversos, así como a mantener un adecuado estado de salud psico-social.

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